Hay quienes piensa que la infancia es una etapa ideal donde los niños y niñas no se dan cuenta de nada, siempre están contentos y acaso tienen miedos muy básicos como a la oscuridad. En contraste, la adolescencia suele ser estereotipada como todo lo contrario: una constante explosión de las peores emociones.

Ni la infancia es un remanso de paz, ni la adolescencia esa explosión, en ambos periodos se experimentan variedad de emociones Y ambos periodos permiten aprender a entenderlas y manejarlas de manera adecuada para lograr el bienestar emocional.

¿Qué es el bienestar emocional?

El bienestar emocional es un estado de equilibrio entre el bienestar físico, mental y social que se refleja en la capacidad de una persona (sin importar la edad) para afrontar las vicisitudes de la vida diaria, trabajar de manera productiva y contribuir positivamente en su comunidad, entendiendo comunidad desde el entorno inmediato hasta otro ámbitos donde se mueva.

Las emociones que se suele etiquetar como negativas: tristeza, enojo o angustia no se niegan o se ahogan, sino que aceptan como parte de la existencia a la par que las positivas como alegría o serenidad. Todas las emociones se gestionan entendiendo que no son permanentes y que no conviene estancarse en ninguna, pero especialmente en las negativas porque podrían afectar incluso la salud física.

Algunos consejos para lograrlo

Lograr el estado de bienestar emocional sí es fruto de un aprendizaje que es parte de la tarea educativa de los padres en primer lugar, como lo sabe cualquiera que ha tenido que lidiar con el primer larguísimo berrinche de su precioso y encantador bebé. Apoyarlos desde la primera infancia y seguir apoyando a lo largo de la adolescencia para gestionar sus emociones es básico para que sean adultos plenos.

Cuidar su bienestar físico: Dormir bien, comer saludablemente, tener actividad física son parte fundamental para lograr un bienestar emocional. Esto quizá en más fácil de controlar durante la infancia, pero hay que procurarlo también en la adolescencia.

Darles muestras de cariño: El amor de los padres no se debe dar por supuesto, los pequeños (y los no tan pequeños) necesitan escuchar que son amados y que son aceptados. A medida que los hijos crecen además de seguirles diciendo que se les ama (aunque el “y yo a ti” se puede volver una especie de gruñido) se pueden encontrar formas de mostrarles el cariño con algún detalle: comprar la marca de crema de cacahuate que les encanta o hacerles su comida favorita.

Poner límites: Desde pequeños hasta la adolescencia, los hijos deben tener muy claro que sí está permitido y que no. Es importante no perder la calma cuando rompen los límites y ser firmes con ellos. Estos límites también incluyen recibir sólo aplausos o reconocimientos cuando en verdad los han ganado, porque cuando se les festeja todo lo que hacen, pueden perder la perspectiva.

Identificar emociones: Es importante invitar a los niñas y niños a que digan el “nombre” de la emoción e irles mostrando más opciones porque no es lo mismo estar aburrido que estar triste o que estar ansioso. En la medida en la que afinamos la identificación de la emoción podemos gestionarlas mejor.

Escucharlos: Buscar ocasiones para platicar a solas con cada uno de los hijos. No es necesario, aunque también se puede hacer, salir a cenar o comer con ellos a solas, a veces, se puede hacer en el automóvil o mientras se hace alguna tarea como lavar los platos. Hay que subrayar a pesar de que es obvio: escuchar implica que los padres no hablemos.

Buscar ayuda si es necesario: Si acudimos a un profesional de la salud cuando vemos que algo no está bien con su cuerpo, igual debemos acudir a un profesional calificado si empezamos a notar comportamientos o actitudes que sospechamos que están saliendo de lo normal o que nos vemos superados para manejar con ellos. Los menores sí pueden presentar depresión, sí pueden tener ansiedad, sí pueden presentar enfermedades mentales que es mejor atender al inicio, negarlas a la larga siempre será peor.